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Soy Antonella Flores. Ya deben haber leído que soy la sobrina nieta de mi tía abuela, valga la redundancia, pero a quien sólo conocí toda mi vida como Tía Tita, Que es otro sinónimo para mí de decir: Madre. 

Ella me enseñó la imaginación. Me sacaba al patio enorme de su casa enorme de libros, y me llevaba a una enredadera que separaba a un patio más chico de uno más grande. Esa enredadera tenía unos pequeños garfios inofensivos que podían tomarme de los dedos. Ella me miraba sonriendo y me decía: ¿viste como te da la mano?.

De episodios como ese, colmados de ternura, conversaciones con las plantas y los pájaros, canciones, poesía en vida, está construída mi infancia. 

Ahí, inevitablemente, debo haber inhalado tanto el aroma a libro, ese aroma que para mí, posee algún poder hipnótico y hechizante, que hoy en día no puedo concebir la vida sin la poesía. Ni el pensamiento sin ella. 

Eso se lo debo a la tía.

En su casa, como habrán leído o tal vez no, encontré el Cuaderno Azul. Leerlo me representó conocer desde otra perspectiva la historia de la Dictadura. Esa historia de tortura y horror, con una lista de nombres y fechas y enseñada con una distancia temporal similar a la de San Martín cuando cruzó los Andes. 

Quiero decir, yo sabía una sola versión. 

leer el Cuaderno, las cartas, escuchar las experiencias de mi tía, todo eso me hizo comprender que también debemos hablar de amor. Del amor  y el compañerismo, de la imaginación, del tiempo de los que estaban adentro. Y como adentro de ellos intentaban no perder distancia con el afuera, reforzando lo que nos une a aquellos que amamos. 

Todas esas historias y palabras también tienen que formar parte de la Memoria. 

Es así que me decidí a recopilar, transcribir y emprender ese camino de búsqueda, en el que mi tía fue mi principal motor. 

Una tarde en la que yo le insistía a mi tía que recuerde a los autores que habían participado de ese cuadernito apareció Azucena. Casi como si ella hubiese sospechado que mi tía no me estaba colaborando con la situación. No por que no quisiera, sino porque yo soy demasiado insistente, y mientras ella colgaba la ropa, o lavaba los platos, o iba de un lado para otro, yo la perseguía ayudándola en sus tareas y atosigandola a preguntas. (Ella no actúa bajo presión, repito).

Azucena y mi tía se pusieron a recordar los tiempos compartidos y anécdotas impresionantes. Yo sólo las miraba y las escuchaba, mientras tomabamos unos mates bajo la parra añeja de la tía. De pronto vislumbre que Azucena podría ayudarme, y regresé a los minutos con el cuaderno en la mano. Para mi sorpresa, no se lo estaba mostrando sino a la Dueña del Cuaderno, que hace unos años lo había extraviado tras una exposición de los Ex Presos. 

Mi tía lo había llevado entre sus cosas y como yo meto siempre mis narices en ese lugar, entre sus cosas, ahí me topé con ese pequeño.

Debo decir que estuve muchas veces frustrada a punto de abandonar el proyecto porque cada vez que lo transcribía, teniendo en cuenta el esfuerzo visual por entender la letra pequeña que aprovechaba cada espacio de la hoja amarillenta, se me borraba el archivo.  En cine a eso le llaman POI (Perversión de los Objetos Inanimados) y creo firmemente en su existencia. 

Descansaba unos meses recuperando mi convicción y re-emprendía la transcripción.

Repitan ese proceso, 3 veces. Completas. 

Y así, en el lapso de un año y medio prácticamente, y hace un mes aproximado, terminé la transcripción y fue como ponerle pies a todo esto.

No dejo de impresionarme por las maniobras curiosas e insondables del tiempo. No quería sino comenzar a marchar justo en el marco de la Sentencia de Megacausa La Perla, por ejemplo. Y habiendo sido a principios de éste año la Sentencia en la Megacausa en La Rioja. 

Aunque la justicia sí,

Yo creo que el tiempo tampoco actúa bajo presión.

© 2016 by Antonella Flores

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